2.3. La fotografía y el fin del aura

Un conocido filósofo francés llamó a nuestra época la "era de los simulacros". En su acepción más habitual, "simulacro" se entiende como una falsificación, algo que imita la realidad sólo en apariencia, lo que llamaríamos un "símil". No en vano,  su etimología nos dice que "similacrum" significa "representación figurada de algo", imagen, retrato, estatua.

Lo cierto es que ya nos hemos acostumbrado a estar rodeados de reproducciones o sucedáneos de las obras artísticas. En cierta forma, damos por hecho que nunca veremos ni disfrutaremos en directo dichos originales, dispersos en museos y colecciones por todo el mundo en el mejor de los casos o en colecciones privadas, en el peor, ya que las ocasiones para verlas serán más escasas.

La reproducción y difusión permiten a todo el mundo y en cualquier lugar del planeta, conocer todas las formas de arte. Eso es lo que llamamos "cultura" y el arte mismo se encuentra transformado por ello. ¿Es realmente cierto que el arte ahora está al alcance de cualquiera? Buena pregunta ¿A que sí?

Antes de la eclosión de los distintos soportes y medios de comunicación, las imágenes eran escasas, estaban a buen recaudo y tenían el "aura" de obra única, por lo que las pocas oportunidades de verlas y disfrutarlas era -para la mayoría de la gente de a pie- en ciertos lugares "privilegiados" para donde fueron concebidas originalmente como iglesias o palacios.

Las imágenes "únicas" tenían  el valor de su exclusividad: un retrato pintado al óleo de un antepasado era algo más que un cuadro. Suponía un estatus, una memoria y una posesión valiosa que sólo las clases más pudientes podían permitirse tener. Los primeros retratos fotográficos aún conservaban parte de ese "aura". La popularización posterior de la fotografía como bien de consumo y el abaratamiento de las cámaras dio al traste con todo esto, permitiendo de forma generalizada la obtención y posesión de imágenes con un mínimo esfuerzo para una gran parte de la población.